“Todo tiene su momento y hay un tiempo para cada cosa bajo el cielo”. Eclesiastés 3, 1.
Los ciclos terminan. Casi nunca lo aceptamos en el momento que es, porque forman parte de nuestra zona de confort, ese lugar del mal de donde no salimos porque estamos muy “bien”. Así tipo Pedro cuando se sentía “bien” en el Tabor. Pero toca bajar del Tabor y hacerle frente al mundo con lo que aprendimos.
Hoy me ha tocado que decirle adiós al lugar donde por tres años me formé como especialista y en el que laboré como tal en los últimos dos años y cuatro meses. Las razones o causas que me han llevado a decirle adiós al venerable Hospital General San Juan de Dios no vienen al caso. Son muchas y aburridas.
Estoy agradecido porque hoy sé que las arrastradas, los desvelos, los insultos (sí, los hubo), el sudor, lagrimas y sangre derramadas (también hubo, CREANME), injurias y otras cosas que pasé han valido la pena.
Valieron la pena porque de alguna manera Dios me dio la oportunidad de retribuir en el más necesitado algo de lo mucho que El ha derramado en mi.
Valieron la pena porque mi carácter profesional se forjó en un lugar tan bendecido y protegido por el Señor.
Valieron la pena porque se que puedo ser útil a la humanidad con lo que aprendí dentro del hospital.
Valieron la pena porque no solo encontré mi profesión, sino más importante aún, encontré mi vocación.
Valieron la pena porque me enseñó a apreciar las pequeñas cosas (dormir en mi cama, miccionar sin ayuda, feriados largos).
También cometí muchos errores y por ellos pido perdón a Dios y a los que ofendí. Lamento no hacerlo en persona. Lo más simpático es que esos errores fueron los mejores maestros en estos 6 años de formación. Sería pedir perdón y dar las gracias juntas.
Hoy enfrento al mundo con las herramientas profesionales necesarias, gracias al Hospital General San Juan de Dios.
Así que… GRACIAS.