Consideraciones anestésicas: Segundo Domingo de Cuaresma

«El Señor es mi luz y mi salvación». (Salmo 26)

Pedro: El primer pontífice de la Iglesia del Señor, pescador, probablemente ya un hombre maduro cuando decidió seguir a Jesús. Arrebatado a veces, acomodado otras, negó al Señor tres veces en el momento clave. Tres veces afirmó luego su amor por Jesús, recibiendo el perdón y la gracia que buscaba. Cristo fue su salvación y fuente de santidad.

Juan: Vivió hasta anciano, tradicionalmente asociado con muchos textos del Nuevo Testamento: Evangelio, 3 epístolas y su Apocalipsis. En él confío el Hijo a la Madre para los últimos días. ¡Qué conversaciones con María habrá tenido! Jesús iluminó su vida y alcanzó la salvación aún en esta vida.

Santiago: Primer obispo de Jersusalén y segundo mártir de Cristo. Su fidelidad indudable en la prueba. Su sacrificio unido a la cruz de su Señor le alcanzó la salvación, iluminado por el Señor le precedió en el martirio.

Tres testigos de la Gloria del Señor en esta vida. La necesitaban pues hombres falibles los tres, necesitaban un atisbo de la corona prometida a los que perseveran (2 Timoteo 4:8).

Cuando Pedro estaba en la cárcel, sin duda vendría a su memoria el blanco radiante del Señor. Ni qué decir del momento de estar clavado en la cruz al revés.

Santiago a punto de entregar su vida por Él, ¿habrá recordado la conversación de la Pasión entre Jesús y Moisés y Elías? De seguro recordar el evento fortaleció su espíritu en  los momentos de la prueba.

Juan en el destierro de Patmos, con la nostalgia de extrañar a la Madre con la que compartió varios días, debió sentirse reconfortado al tener las visiones apocalípticas pues la Gloria del Señor permanece sobre todo lo creado.

La Transfiguración del Señor fue un pilar de fortaleza para estos tres apóstoles y seguro para todos los que escucharon el relato de sus bocas. Hoy lo leemos nosotros y nos preguntamos cómo sería estar ahí. Habrá sido hermoso, como para no querer irse y hacer tres chozas. No culpo a Pedro de querer quedarse, porque

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una vez vio la meta era muy humano querer quedarse. Pero había que bajar del Tabor para ir al Gólgota. Pues la gloria sólo viene después de la Pasión.

¿Es Cristo tu luz y salvación? ¿Dónde es tu Tabor personal? ¿Cuál es tu Gólgota diario donde das tu vida a Jesús? En esta segunda semana de Cuaresma 2019 medita en estas cuestiones. Complácete de tener tu Tabor personal, pero recuerda que hay que bajar de ahí y seguir el peregrinaje a la patria celestial.

Nuestra condición de hijos de Dios nos llevará –insisto– a tener espíritu contemplativo en medio de todas las actividades humanas –luz, sal y levadura, por la oración, por la mortificación, por la cultura religiosa y profesional–, haciendo realidad este programa: cuanto más dentro del mundo estemos, tanto más hemos de ser de Dios. (San Josemaría  -Forja, 740)

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