Consideraciones anestésicas: Tercer Domingo de Cuaresma

«…y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo». (Lucas 13:9)

Ha pasado que alguien comete un error y, si somos caritativos, lo señalamos para que enmiende y mejore. También sucede que una persona hace su trabajo a medias y, de manera amable y sincera, vamos a indicarle qué lo puede hacer mejor. Genial, esto suena fantástico.

¿Pero cuántas veces te señalas a ti mismo cuando erras? ¿Te examinas al final del día y piensas como mejorar tu propio trabajo? Vernos al espejo es de las cosas más complicadas que hay.

Fácilmente vamos al Señor y le preguntamos: ¿qué hay de este? ¿Qué pasará con estos? Con el Evangelio de hoy Cristo nos contesta: ¿Qué hay contigo? es la mejor pregunta. Porque en aras de la caridad fraterna nos pasamos de la línea y nos ponemos críticos y exquisitos con los demás. Pero ¿qué exigencia nos ponemos a nosotros? ¿Acaso podemos decir con total honestidad que examinamos las acciones propias adecuadamente? El Apóstol nos demanda que trabajemos en la propia salvación arduamente (Filipenses 2, 12) para poder obtenerla.images

Jesús nos da la hipérbola de que es peor pecar que perder una mano (Mateo 5, 30). Pero no pensamos así, siempre minimizamos nuestro pecado y agrandamos nuestra poca virtud. Total «ya me iré a confesar» o algo como «Dios perdona» o «Jesús entiende». Le damos larga a la paciencia y misericordia Divina como que fuera algo vano. Y claro que Dios perdona, entiende y te espera en el Sacramento de la Confesión todos los días. Bien cae aquí la pregunta «¿y si mañana te mueres?» O más dramático: «¿Y si camino a confesarte te sucede un accidente fatal?»

La parábola de la Higuera nos da luz de cómo el Señor viene en cada Cuaresma a ver si has dado fruto. ¿Cuántas Cuaresmas has vivido? ¿Y cuántas de ellas bien? Mira que cada año el Dueño pasa a ver si hay frutos nuevos. Y cada año el jardinero le pide al Dueño un poco más de tiempo para que produzcas. ¡Manos a la obra!

Así, no castiga a todos en este mundo, sino que da tiempo para hacer penitencia, y no reserva a todos al castigo de la otra vida, con el fin de que muchos no renieguen de su providencia (San Juan Crisóstomo – homilía 5 De Lázaro)
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