Consideraciones anestésicas: Cuarto Domingo de Cuaresma

«Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo…» (Lucas 15, 31)

Pocas veces pensamos en el «otro» hijo. Ese que hace la voluntad del Padre todos los días, cumpliendo a cabalidad sin chistar lo que se le manda. Aparenta ser correcto, educado y cuanta cualidad positiva imaginen. Pero donde el hijo menor muestra sin descaro su pecado, el hijo mayor es más sutil. Sin embargo internamente no es tan diferente. Al igual que su hermano menor, el hijo mayor quiere los bienes de su Padre, no al Padre por quien es. Es decir, quiere lo que su Padre le puede proveer.48527-Prodigal.800w.tn

¿No les parece que es un hijo acomedido, pero distante? ¿Por qué está lejos cuando regresa el menor? ¿Tan poco involucrado está en las cosas del papá que ni se entera de la gran parranda que se estaba armando? Los sirvientes de su padre le tienen que contar de qué sucedía. Él ni en cuenta parece ser…

Cuando se entera hace berrinche y ni siquiera entra a la casa. Se amarga de tal manera que el Padre sale a suplicarle que se reúna con ellos. Que hagan fiesta juntos con su hermano y sus sirvientes. En la Antigüedad la palabra de un padre era ley y cualquier padre en esos días le habría ordenado a su hijo que fuera a la fiesta, esperando una obediencia inmediata.

Evidencia su lado oscuro. Realmente no ama ni respeta a su padre; no lo conoce en absoluto. «He sido esclavo por ti … Nunca he desobedecido ninguna de tus órdenes» ¿Dónde está su amor por su padre? No se ve a sí mismo como un hijo, sino como un esclavo reacio, uno que sigue las órdenes solo porque debe hacerlo. Ve a su Padre como un déspota.

Acusa a su Padre de injusticia. Él ve la misericordia que su padre le ha mostrado a su hermano como evidencia de la falta de la debida misericordia mostrada a sí mismo. Él considera a su padre irrazonable, injusto, incluso despreciable. ¡Cómo se atreve su padre a mostrar misericordia a alguien que él, el hijo “obediente”, no cree que lo merezca!

El hermano mayor es un desordenado. Sus  quejas al Padre incluyen que nunca le dio tanto como un chivo para que pudiera celebrar con sus amigos. Nuestro objetivo en la vida no es celebrar con amigos; es celebrar con el Padre celestial.

Aquí podemos enemistarnos con el hermano mayor, pero no seas demasiado rápido para despreciarlo, porque nosotros también somos como él. Nos podríamos morir al ver qué otros pecadores encuentran misericordia. Nos volvemos envidiosos cuando otros son bendecidos.

La parábola parece inconclusa. Jesús sin duda la dejó así a propósito. La tenemos que terminar tú y yo. ¿Entramos a la verdadera fiesta en el cielo?

El Padre está afuera rogándonos entrar. ¿Qué hacemos?

Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. (San Josemaría – Es Cristo que pasa, 64)