21K

El domingo participé en mi primer 21K “oficial”. Pasé toda la semana preocupado, pensando que no iba a aguantar, o peor aún, que algún bombero iba a sacarme en camilla. Hasta soñé con eso. Pero mis aleros me dieron ánimos y la preocupación bajó. Estaba rodeado de gente, todos emocionados y expectantes. Y en realidad estaba solo, porque no estaba con nadie conocido a mí alrededor. Era algo aterrador, bueno, casi. Mientras más disminuía el cronómetro a cero, más ansiedad y “awebamiento” como digo yo.

Al iniciar ya la carrera, me sentí envalentonado y agarré un paso lento pero seguro. Me mantuve bien pasando por Catedral y luego llegando a zona 2. Como en el kilómetro 5 vi a alguien con indumentaria de “runner pro” acercándose a la acera para vomitar. Si él que parecía “runner pro” hacía eso, ¿qué esperanza tenía yo? Salí de la zona 2, luego a la Sexta Avenida. Pasé frente a san Sebastián y san Francisco, a un costado del Calvario y luego de regreso a la Muni. Llegando a Yurrita me sentí campeón: ¡llevaba solo 1:01 de tiempo! Iba genial. Al marcar el paso daba “upas” y ánimos a algunos que se rezagaban. ¡Lograba jalarlos! Era emocionante. Me enfilé a La Reforma pensando que tal vez vencería mi meta de 2:30. Agarré aviada y llegué al Obelisco con el ánimo elevado. Iba a hacer un excelente tiempo.

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Pero no contaba con la infernal temperatura…

A la altura del Hotel Las Américas caminé por primera vez. Me sentía sofocado, por lo que usé el salbutamol inhalado para ayudarme. Caminé un poco más, vi gente sentándose en la acera y algunos hasta vomitando. Me dieron ganas de salirme, lo confieso. Pero reanudé el paso lento hasta el monumento a san Juan Pablo II. Lo coroné caminando y luego otra vez a trotar. No había manera que acelerara, mi cuerpo no lograba carburar. Nunca sentí la Avenida Las Américas tan eterna como en ese momento. Escuchaba las porras de la gente en la acera lanzando ánimos. Sentía la necesidad de corresponder con más esfuerzo. Me hidraté como pude y luego de ingerir un gel Gu logré acelerar hasta el Obelisco nuevamente. Tome Gatorade ahí y reanudé un paso decente. Pero a los 18K, a la altura del Ministerio de Educación, fundí. Ya no podía correr y el calor me había golpeado. Caminé hasta Yurrita, tomé Gatorade por última vez y trote con dificultad al Banco Industrial… luego al G&T… la Muni se veía lejos… las piernas pesadas… y cuando ya iba a rendirme, pisé la alfombra roja de BAM previa a la meta. ¡Y la crucé! Había terminado. Mi tiempo de 2:43 era lo de menos. Me sentía como Rocky al tope de las gradas donde entrenaba en la película. Una sensación épica. Luego de obtener mi medalla, tomar agua y comer unas galletas me senté a esperar a mis aleros y pude pensar con claridad. Un pensamiento me daba vueltas en la cabeza. Una analogía inescapable.

Esta 21K se parece mucho a la vida espiritual.

Piénsenlo: cuando se decide seguir a Cristo en serio, hay preocupación, duda de saber si lo que hacemos es lo correcto. Necesitamos aleros que nos animen a seguir con decisión, guías espirituales que nos animen, aunque la decisión sea personal y hasta “solitaria”. Incluso iniciamos el camino rodeado de gente que no conocemos pero que está en la misma ruta. Esto es la Iglesia, unidos en la travesía. Al inicio puede que existan desánimos o malos ejemplos que nos quieran hacer salirnos del camino. Pero en ese momento debemos pensar en el por qué lo hacemos, o más bien, por QUIÉN. Llegaremos a un punto de orgullo, de satisfacción en el que vemos la santidad como algo alcanzable. Con una sonrisa proseguimos y jalamos a quienes van quedándose.

Pero luego viene el la tentación, nos desanima y caemos en el pecado. No logramos mantener el paso provocando que queramos salir del camino y tomar asiento en la acera. Renunciar básicamente. ¡Hay que seguir! A pesar de los contratiempos y las debilidades el camino es uno y es el único seguro para alcanzar la meta. Comparo a los voluntarios que daban la hidratación con los amigos que nos comparten de esa “agua” que necesitamos para seguir. Hay un momento en el que ya no se puede seguir. Hay que parar y recobrar energías. Hay que apoyarse en alguien, o en algo, sobrenatural. Porque las cosas terrenales no son suficientes. Aquí entran los sacerdotes que actúan In persona Christi a quienes confesamos nuestros pecados para aligerar la carga. Con humildad buscarlos y escupir voluntariamente los pecados que tengamos. No hay paz más grande que la que se obtiene en el confesionario.

Ya al final aunque sea caminando, a gatas, arrastrado, como sea HAY QUE LLEGAR a la meta. Con la Gracia de Dios llegaremos esa meta, que será la Patria Celestial. No pertenecemos a la ruta, a las calles ni a nuestros compañeros. Pertenecemos a Cristo y el Cielo es nuestro destino final. ¡Ánimo! En el kilómetro que estemos en la maratón espiritual, nunca hay que perder de vista la meta.

Y sí, ya ayer hubo entreno de karate y hoy salen 5K. ¿Por qué? Esa no es la pregunta. La pregunta es ¿POR QUÉ NO?

“Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hay aguardado con amor su Manifestación”. (2 Timoteo 4,8)

Thelma, Jimmy, Iván…

Son nombres propios que hoy están en boca de todos los guatemaltecos por los acontecimientos políticos del país. Que uno investiga al otro, que este decide mandar a pedir que se vaya el uno y la otra amenaza que se va. Es todo digno de una novela. Creo que “House of Cards” no es nada comparado con nosotros.

De ambos, “bandos” han salido defensores acérrimos. Algunos seguramente pagados para hacer campaña u obtener respaldo. Los dichosos net centers, los “lobby” y a saber cuantas otras organizaciones. Mucho dinero mal gastado en imagen.

¿Pero qué hace o piensa un ciudadano común? Yo me considero uno, que no jala para uno u otro lado, porque creo que de ambos lados se han cometido errores y abusos. También éxitos y aciertos, sin duda. Hoy quiero exponer mi punto de vista.

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Desde que vi los stickers de “Yo ‘corazoncito’ CICIG” o las campañas de una de las personas involucradas a la presidencia en el próximo período me alarmé. Porque con lo mal que hemos estado los guatemaltecos nos emocionamos cuando llega un paladín con buena propuesta o buenas acciones (al menos iniciales) que son casi mesiánicas. Tendemos a creer que esta persona será el/la salvador/a del país. Tampoco alguna vez hemos trabajado en el fortalecimiento de las instituciones o del estado de derecho para que, sin importar quien esté al frente, las cosas caminen. Y cuando alguna institución lo logra y funciona bien, pronto llega alguien a arruinarla o aprovecharse de la oportunidad para ver por sus intereses y los de sus allegados. Al final viene siendo lo mismo, nos buscamos ídolos que nos salven. Persona, instituciones o ideologías se vuelven nuestra esperanza. Los deificamos, para nuestro propio detrimento.

Ya ven adónde voy con mi argumento, ¿no?

Hemos alejado nuestra mirada de Dios y su Cristo que vino a salvarnos, incluso de nosotros mismos. Se han erigido ídolos y falsos profetas que propagan su “evangelio” y hemos ignorado la verdadera noticia. Absolutamente TODO está bajó el imperio de Jesús (Filipenses 2, 10) y NADA sucede si el Padre no lo permite (Mt 10, 29). Y todas las cosas, por malas que sean, pasan para nuestro bien (Rom 8, 28).

Así que no se preocupen, abandonémonos en El y que se haga Su Voluntad. Nunca se olviden que sea quien sea Fiscal General, Presidente, Comisionado, Ministro es a la larga irrelevante mientras Cristo sea Rey.

«No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada.Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa». (Mt 10, 34-36)

¿Pena de muerte? ¿Es en serio?

De mi formación académica, pasé el 30% aproximadamente en el Hospital Roosevelt. Es una institución ejemplar, donde se entrega tiempo y esfuerzo al bienestar de la población guatemalteca, sobretodo a los más olvidados. Un lugar donde si de plano va a caer uno, tiene la certeza que al menos su personal hará lo posible por solucionar el problema médico que lleve la persona.

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Lo que sucedió entonces el miércoles 16 de agosto me dolió bastante. Fotografías de colegas asustados huyendo por sus vidas, enfermeras escondiéndose rogando al cielo pasar desapercibidas y hasta estudiantes salvados por su libro de anatomía. Cosas de terror que solo espera uno encontrarse solo en películas.

No me sorprendió que muchos salieran a las redes sociales o donde les pusieran atención pidiendo la pena de muerte. Eso pasa cada vez que hay algún problema con los privados de libertad. Pero me sorprendió muchísimo que hermanos cristianos, no solo católicos, salieran de la manera más aireada a hacerlo.

Claro, la Iglesia no “prohíbe” la pena de muerte. En el Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 2267 dice:

“La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas”.

Respetando la separación Iglesia/Estado manifiesta que si así se ha determinado de manera legal, debe procederse. Pero la parte de “único camino posible” es la que a algunos se les olvida.

El llamado del cristiano debe ser a la santidad. Y la santidad conlleva tomar las decisiones más difíciles posibles en las situaciones más difíciles. Hay que elevarnos a un estándar mayor, otro nivel de exigencia. Hacer MAS de lo que nos corresponde. Ese extra es lo que nos lleva al mejor camino, ese que es cuesta arriba con puerta angosta. Es la llamada del Señor. No podemos irnos por lo más fácil. Eliminar a los culpables es la puerta ancha. Educación, reinserción social, capacitación, fortalecimiento institucional resulta lo más difícil y trabajoso. La puerta angosta, si quieren. Pero eso es lo que mejores resultados dará y nos fortalecerá más como nación.

Estoy consciente que mis argumentos son desde la perspectiva cristiana. Propongo un argumento secular: ¿de verdad quieren darle la potestad a nuestro débil estado e instituciones de matar legalmente? ¿Cuantas personas son halladas culpables sin serlo porque no tienen “el cuello” necesario ante nuestras corruptas cortes? Yo no quisiera que mi pellejo dependiera de mi cuenta bancaria o mis influencias.

Claro, yo gracias a Dios no he sido víctima de estos sicarios. Pero conozco a varias personas que sí, y ninguno de ellos apoya la pena de muerte. Aquí un ejemplo:



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«Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?» Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».(Mt 18, 22)

Buenas personas

En estos días se ha hecho famosa una valla publicitaria colocada por Humanistas Guatemala:

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En cierto sentido, es correcto decir que uno puede ser una buena persona sin Dios. La historia lo demuestra. La cultura occidental clásica, que no tenía revelación divina ni religión formal, sostenía la virtud natural como la meta más alta. El confucianismo establece un sofisticado código moral sin un ser supremo. Conozco varias personas ateas/agnósticas que son buenas personas. Sabias personas, incluso. Dicho esto, creo que se podría argumentar que es más fácil y más lógico vivir una vida verdaderamente moral como creyente religioso que como un incrédulo.

Ateos y agnósticos por igual son afines a afirmar que la religión o creencia en Dios no es necesaria para vivir una vida moral. «Puedo ser una buena persona sin Dios», dicen. Algunos van un paso más allá y tratan establecer el caso de por qué pueden ser aún mejores personas sin Dios. Para el argumento de «buena persona” propongo cuatro razones que pueden ayudar a responder.

1. Dios da la base para “el bien”

¿Cuál es la medida de la moralidad? ¿Cómo sabemos lo correcto y lo incorrecto y, por tanto, ser una «buena persona» en lugar de una «mala persona»?

Sin Dios, o algo parecido a Dios, a la vez autoritario y trascendente, sólo podemos dar definición de “moral” comparativamente a la moral de la sociedad, o nuestro código personal.

¿Cuál es el problema con esto? La definición de moralidad de la sociedad cambia. Algunas veces es obviamente errónea: pienso en la Alemania nazi o en el estado esclavista del Sur de los Estados Unidos durante su Guerra Civil. Y nuestros códigos morales personales son aún más inconstantes, variables y sujetos a error. Decir: «Soy una buena persona porque estoy viviendo mi código moral personal» está peligrosamente cerca de decir, «Estoy viviendo de la manera que quiero vivir». ¿Es esa moralidad? ¿No me suena este argumento a “yo soy mi dios, vivo según lo que yo pienso”? En efecto el ateo deja de existir dando paso a un teísta donde él mismo es su dios personal.

Los creyentes, por otra parte, tienen un estándar fuera de sí mismos: autoritario e inmutable. Dios y sus leyes morales – ya sean leyes positivas (mandamientos divinos específicos) o las leyes naturales que se originan con él – son la base mejor y más razonable para determinar lo que significa ser una buena persona en primer lugar.

2. Una Perspectiva Eterna

Algunos no teístas argumentan que la creencia en la vida después de la muerte lleva al descuido de esta vida, pero creo que la tienen al revés. Debido a que los creyentes ven consecuencias eternas por sus acciones (Mateo 21: 35-46), aumenta el drama moral de este mundo inconmensurablemente. Sólo a primera vista, sin más información, ¿de quién esperaría que tomara más en serio su conducta moral?

A.) La persona que piensa que su destino eterno -y tal vez el destino de los demás- depende de que viva una vida recta no sólo en hechos sino en palabra y pensamiento.

B.) La persona que piensa que su vida terminará con la muerte de su cuerpo; no habrá recompensa (o lo contrario) de cómo vive. ¿Y que todo bien (o mal) que haga a los demás no será más que un gesto momentáneo, trayendo nada más que un parpadeo de consuelo o molestia en una existencia absurda y en última instancia inútil?

Los no creyentes pueden tratar de despertar alguna motivación terrenal casera para vivir un código moral, a pesar de que sus beneficios están totalmente confinados a esta vida. Pero la perspectiva eterna del creyente eleva tan poderosamente las apuestas por ser una «buena persona», y por lo tanto la motivación, que debe hacerla más fácil de lograr.

3. Humanismo verdadero

Esta próxima razón está relacionada con la última. Una gran parte de la moralidad, especialmente para los incrédulos (que generalmente están menos preocupados por la moralidad de las acciones que no afectan directamente a otros), está en hacer el bien para nuestros semejantes. Algunos incluso dirían que los incrédulos son más agradables con otras personas en la tierra porque no están todos preocupados por complacer a una persona imaginaria en el cielo.

Pero para un ateo, este impulso humanista descansa sobre un terreno bastante inestable. ¿Por qué ser agradable, o bueno, o cariñoso, o caritativo, a otras personas? ¿Qué tiene de especial en ellos?

Algunos se encogen los hombros y dicen que no importa. Sólo piensan que deberíamos. Se siente bien. Otros tratarán de argumentar que la caridad hacia los demás es en realidad en nuestro propio interés: bien porque eventualmente rebote nuestro camino como karma, o porque sólo nos hace sentir bien acerca de nosotros mismos.

Pero ¿qué pasa cuando no se siente bien? ¿Y si la otra persona es un idiota? ¿Qué pasa si ser bueno con otro nos molesta o incluso nos perjudica? ¿Por qué debemos hacerlo entonces? El incrédulo no tiene respuesta.

El creyente sí. El teísmo proporciona una base para el auténtico humanismo. Debemos amarnos los unos a los otros no sólo porque Dios lo mande, sino porque es justo, porque Dios hizo a esas otras personas, las mantiene en su existencia y las ama, y ​​por lo tanto las infunde con su propio valor. ¿Cómo pueden los incluso más audaces humanistas seculares de la historia competir con esa gloriosa visión de la humanidad?

4. La Gracia
Si hay una constante más universal en la experiencia humana que el pecado, no sé qué es. Creyentes e incrédulos todos sabemos lo que es correcto, pero hacemos lo contrario de todos modos (Romanos 7: 22-23).

¿A qué apelan los incrédulos en esta infeliz circunstancia? Todo lo que tienen son ellos mismos, que es el problema en primer lugar. Sí, algunas personas extraordinarias son capaces de ir muy lejos en la virtud natural solo, pero son una excepción. El resto se encuentran en los sofás de los analistas y los seminarios de autoayuda de la muchedumbre desesperados por alguna clave natural para la mejora. O se desesperan.

Incluso si no hubiera Dios, creo que incluso la idea de ayuda divina es … útil. Creyendo que no estamos solos, que con suficiente fe, práctica y perseverancia podemos vencer el pecado, porque tenemos acceso a la energía espiritual fuera de nosotros mismos, sólo puede ayudarnos en nuestra búsqueda de ser buenas personas.

Así que incluso si la creencia en Dios fuera sólo una muleta moral, sería una muleta práctica y efectiva. Pero la mayoría de los teístas piensan que es más que una muleta. Creemos que Dios no sólo establece la ley moral y nos dice que obedezcamos, sino que nos da el poder de obedecerla, lo que llamamos verdadera gracia. Somos capaces de trascender la virtud meramente natural, ir más allá de todo lo que tenemos que dar por nuestro propio poder, porque Dios nos da su poder.

Ese poder perfecciona nuestra virtud natural, haciéndonos mejores personas de las que de otra manera podríamos haber esperado ser. Mejor aún, enciende en nosotros la virtud sobrenatural, moviéndonos de ser buenas personas a un estado moral que los incrédulos no pueden alcanzar: la santidad.

Lectura sugerida (en inglés): https://www.wordonfire.org/resources/article/if-you-want-to-be-a-good-person-it-does-matter-what-you-believe/428/