«¿Quién atentó contra el ungido de Yahvé y quedó impune?» 1 Samuel 26: 9.
Según las escrituras del Pueblo Judío, cada vez que alguien era ungido con la fórmula concreta del aceite de la unción santa según la ceremonia descrita en Éxodo, el Espíritu Santo descendía sobre esta persona, capacitándole para realizar un sagrado designio. Era una forma de separación de alguien haciéndolo único para realizar alguna misión para el Señor.
Eso era, en aquellos días: los días de la Antigua Alianza. ¿Cómo lo podemos interpretar hoy? Porque la Palabra de Dios es siempre actual, siempre vigente, siempre novedosa…
El Sacramento del Bautismo nos llena del Espíritu Santo y nos hace familia bajo la paternidad Divina de Dios y la maternidad espiritual de María Santísima. Nos hace pueblo escogido, separado… nos unge, nos envía a misión. Ergo, puedo interpretar las palabras de David de la primera lectura como una invitación a no atentar contra los bautizados. (No es mi intención debatir teología sacramental y la diferencia entre Bautizo y Confirmación en estas pocas líneas).
¿Pero y los que no son bautizados? Aquellos que no creen o peor, los que fueron bautizados y ahora no viven su vida como tal, ¿son menos importantes? ¿Contra ellos se puede atentar?
Por supuesto que no. Pueden ser aquellos a los que el Santo Padre se refiere continuamente que están en las periferias existenciales. De inmediato se convierten en los predilectos de Dios porque son los más pequeños y apartados del rebaño. Son aquellos que más debe el Pastor buscar.
Concretamente hoy, te invito a pensar: ¿quiénes son los «ungidos de Yahvé» en mi cercanía? ¿Atento yo sobre ellos, aún indirectamente? ¿Les niego algo de lo mío? ¿Ruego por ellos? ¿Hago el bien sabiendo que no me van a pagar de vuelta? ¿Les amo? (Lucas 6).
En Guatemala, por ejemplo, hay muchos «ungidos» de Dios que son blanco de «atentados»: basta ver en cada semáforo que detienes tu vehículo.
¿Cómo vas a cuidar a los «ungidos» cerca tuyo esta semana?
«El amor echa fuera el temor, pero tenemos que superar el miedo con el fin de acercarse lo suficiente para amarlos». Sierva de Dios, Dorothy Day